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Vuelvo a tener pesadillas (5): Pesadilla en Elm Street 5

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nightmare5

A Nightmare on Elm Street 5: The Dream Child
Stephen Hokins
1989

Sin ser un producto redondo, Pesadilla en Elm Street 5 es, sin duda, una de las entregas más infravaloradas de la serie. Al fin y al cabo, hasta entonces el resto ofrecían justo lo que se esperaba de ellas, o al menos lo que, con cierta perspectiva, debían ofrecer: la original, revolucionaria y arisca; la secuela, traicionera y aislada; la tercera, reubicada y juvenil; la cuarta, desprejuiciada y autoparódica. La quinta, imponía la lógica, debía ser más excesiva que la cuarta, explotando los dividendos adolescentes que tan buenos frutos había dado a su predecesora inmediata, e infantilizando aún más, si cabe (cabe: miren a Chucky) al monstruo que habita en nuestras pesadillas. Pero no. Pesadilla en Elm Street 5 inauguró la tendencia, prometedora pero con resultados a veces poco inspirados, de recorramos vericuetos argumentales que el espectador no espere (recuerden las 3D con justificación de la sexta, la pirueta ultraposmoderna de la séptima, el choque de titanes de la última). En este caso, no sé muy bien a qué brilante ejecutivo de New Line se le ocurrió, pero se pensó que volver al tono macabro y pesimista de las dos (en parte, las tres) primeras entregas, hurgando de nuevo en el tema de las defunciones adolescentes, iba a funcionar comercialmente. No lo hizo en demasía, sobre todo porque Freddy ya no podía desembarazarse del todo de los excesos cometidos en la anterior entrega. El resultado, una película sin rumbo definido, pero con detalles de sumo interés. Veamos.

A pesar de su afán rupturista con la anterior entrega, la quinta parte de Pesadilla en Elm Street comparte con su predecesora una actriz (una de las escasas concesiones a la poco respetada continuidad de la serie): Lisa Wilcox como Alice, la chica que quedaba embarazada en la anterior entrega, y que aquí descubrimos que lleva en su vientre a un blanco perfecto para las iras oníricas de Krueger. Sirve también para que los nuevos guionistas (los novelistas, abanderados del entonces modernísimo y hoy por desgracia olvidado splatter-punk Skipp y Spector) vuelvan sobre uno de los temas vectores de la serie: la paternidad, sus responsabilidades, sus consecuencias y su transfondo de violencia psicológica y secretos obligados. Si en las anteriores entregas Freddy era la Culpa que atosiga a los padres y agrede a los hijos, en esta ocasión es símbolo de los mismísimos Pecados que destruyen a los padres y convierten a los hijos en un reflejo oscuro de sus progenitores. Suena muy rimbombante, pero hay que situar todo esto en su justo contexto: estamos en una Quinta Parte De Una Saga Protagonizada Por Un Asesino De Niños Que Vuelve De La Tumba Cargándose Adolescentes A Través De Sus Sueños. Una cosa no quita la otra.

Por eso, esta quinta entrega arranca orgullosa de pertenecer a una tradición muy específica: Alice deambula por una de las mejores pesadillas de la serie, de espectacular poder simbólico, en la que se recurre a los códigos conocidos por todos. La masa ingente de agua cubriendo un cuerpo minúsculo, la caída al vacío... hasta la fábrica, que esta vez descubrimos de dónde procede toda la estética de tuberías y cadenas (¿no era la guarida de Krueger, donde murió abrasado?... benditas reformulaciones): en realidad es el manicomio donde fue violada Amanda Krueger, madre del monstruo. Una historia que a mí particularmente nunca me terminó de convencer, ya que desprovee a Krueger de su maldad connatural, de su evilismo congénito, para convertirse en una cuestión heredada. Pero en un plan muy facilón, demasiado matemático-católico-católoco: monja violada x 100 locos = hijo malvado. Los ramalazos de mitología católica de la película, no por inadecuados son menos inquietantes, y entroncan el guión con hitos del terror clásico: el alma pecadora de la monja suicida, el renacimiento de Freddy en la iglesia profanada (con imágenes gozosa y autoasumidamente blasfemas, como ese árbol raro e impío naciendo bajo el altar)... Por otra parte, enfocada desde un punto de vista moral, no religioso, la idea de que los hijos hereden el comportamiento perturbado de los padres (los locos se lo transmiten a Freddy, Freddy al hijo nonato de Alice) es fascinante, y encomiable en una cuarta secuela como esta. De todos modos, reconozcámoslo, todas las secuencias relacionadas con el manicomio, rodadas de forma ultraexpresiva por un inspirado Stephen Hopkins que usa todos los ojos de pez, cámaras subjetivas y travellings enloquecidos que tiene a mano, son lo mejorcito de la película. En ese sentido, poco se le puede reprochar a la avallasadora conclusión del combate final: Freddy es lanzado a un foso donde se encuentra con sus cien padres, que le descuartizan y se reparten sus miembros. El simbolismo es tan atroz que se queda palpitando bajo la sesera de cualquier espectador medio sensible bastante tiempo después de abandonar la película.

Las secuencias terroríficas de Pesadilla en Elm Street 5 comparten la indecisión estetica y temática del resto de la película: heredan la gloriosa latexfilia de la cuarta entrega (¿no echáis de menos esas montañas de látex, esos maquillajes surreales en estos tiempos de sangre por CGI?), pero tiene que bregar con la oscuridad temática que han tramado los guionistas: por una parte, hay una cantidad absurda de one-liners y chascarrillos. La demoledora frase con la que la Motofreddy saluda a su dueño, Better not dream and drive, encuentra una maravillosa traducción en Si sueñas no conduzcas. Más: la secuencia de Superfreddy es de las más chuscas y payasas de la serie. Pero por otro lado, hay pesadillas oscuras, muy alejadas del turmix Miami Vice/Tiburón/La Mosca (¡todo en la misma secuencia!) con la que nos encontrábamos en Pesadilla en Elm Street 4: el sueño de la moto convirtiéndose en Freddy hunde sus raíces en la corriente estética, (por entonces, poco a poco cada vez más asimilada por el mainstream), de la Nueva Carne, dando lugar a un híbrido, el de teen motorizado (literal) que habría firmado con gusto un hijo bastardo y pop de Katsuhiro Otomo y David Cronenberg. Mi pesadilla favorita es la que conduce a la muerte de la amiga anoréxica de Alice, que entronca estéticamente con la maravillosa Society, redundando en la idea de que los hijos heredan los defectos más patéticos (no sólo los letales y/o terribles) de los padres, y que posee una crueldad no exenta de ironía, de trazas caníbales, que sería infilmable hoy día.

Pesadilla en Elm Street 5 también hurga en la naturaleza y condiciones de los sueños como territorio fantasmal de cada una de nuestras tristes vidas: posee, por ejemplo, guiños acerca de los sueños lúcidos, como cuando el joven ilustrador se introduce en un dibujo de la famosa casa desvencijada, y su amiga Alice le sigue, escribiendo su nombre a su lado en la ilustración y cayendo dormida. Es una técnica tan de manual que no me extrañaría que Skipp y Spector hubieran estudiado el tema de los sueños autoinducidos preparando el guión. Otro tema en el que la pelicula entra a trapo: los sueños de los bebés nonatos, seres vivos que pasan toda su existencia (hasta que nacen, vamos, que entonces se convierten en otra cosa) en un estado muy similar al sueño. Las secuencias en las que Freddy (atención a esto) alimenta al bebé de Alice a través del cordón umbilical, gracias a los sueños del feto, con las almas de los amigos muertos de la madre, son de un metaforismo tan extremo que dan auténtico pavor. Los cincuenta minutos finales, en fin, son un carrusel de pesadillas prácticamente ininterrumpidas, con todo lo que eso conlleva: cambios de puntos de vista, realidad que se disuelve, efectos especiales y de montaje cada vez que un personaje dobla una esquina, trampas visuales de caer en ellas una y mil veces. Cincuenta minutos, insisto: un tour de force que demuestra una honestidad indiscutible (casi tres cuartas partes de las escenas de la película son oníricas: no se puede decir que no nos estén dando aquello que veníamos buscando como espectadores) y que, definitivamente, inclina la balanza a favor de esta modesta pero gustosa secuela.

¡Visita el resto de nuestras pesadillas!



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